martes, 28 de diciembre de 2010

Arrugas.

Mi novia está en el paro. Tiene a su abuela en el hospital y me pide que le lleve unos papeles al Inem. Que no va a poder. Le toca a ella quedarse cuidándola.

Le digo que vale y me presento allí. Soy uno de los pocos afortunados que nunca ha estado en el Inem y me sorprende la gran cantidad de gente que hay.

Cojo un papel en el que se indica el número de turno que me corresponde. Faltan más de treinta números para que me toque.

Me siento en una barandilla que está al lado de la entrada al edificio. Oigo a dos señores de unos cincuenta años hablar. Paso de oír a escuchar. Este cambio lo producen las lágrimas que salen del señor de bigote, grande, orondo, y triste. Muy triste.

Resulta que le despidieron porque, su jefe, decía que era muy mayor para trabajar en el restaurante donde estaba. Que la arruga no queda bien en un lugar público si el que la tiene no es el cliente.
Ya nadie le quiere en su sector. Ni en otros...

Resulta, que con cincuenta años eres viejo para trabajar según muchos (demasiados) gilipollas. Pero, por otra parte, cada vez es más tardía la edad de jubilación. Ya no se tiene en cuenta la dignidad de la persona. Esa gente que ha sacado adelante a una familia con el sudor de su frente, se merece otro trato. No son un número o un porcentaje. Son personas. Y ellos no han provocado ninguna crisis. No tienen porqué pagar los platos rotos del sistema.

No hay comentarios:

Publicar un comentario