miércoles, 15 de diciembre de 2010

Calcetines.

Llego a la oficina central de mi empresa. He quedado con mi jefe para unos asuntos que hay que resolver cuanto antes. Yo llego a tiempo. El no. Me dice la secretaria que me vaya a tomar un café, que cuando llegue, me avisa. Miro el reloj con rabia. Siempre llega tarde. ¿Se cree que sólo él tiene cosas importantes que hacer?

Hago caso. Entro en el bar más cercano. Pido un café. Busco un periódico. Sólo hay deportivos. "Bueno, sino hay más remedio...".

Me siento en una mesa y, mientras voy leyendo noticias que no me interesan, voy dando sorbos al café hasta que una voz llama mi atención. Levanto la cabeza y es un hombre con una inmensa cara de pena. Lleva una bolsa de deporte muy vieja. En la mano, tiene unos calcetines perfectamente doblado y etiquetados. Me los ofrece. Le digo que no, que no me interesa.

Se dirige al resto de la gente del bar. Muchos le miran con desprecio. Otros le dicen que no educadamente. Se va del bar. Todo sigue igual. Menos yo.

Me pregunto cómo un hombre puede llegar a acabar vendiendo calcetines en un bar. Me pongo en su lugar. Muy mal tendría que estar yo para acabar así. Si pasara hambre, si nadie me diera trabajo, si tuviera una familia que alimentar,... ¿Qué piensa un hijo o una hija cuando sabe que su padre se gana la vida vendiendo calcetines en bares?¿Se sentirá orgulloso/a porque su padre hace lo que sea por sacarles adelante?¿O pensará que es un fracasado porque no tiene un trabajo que esta sociedad considera digno?

Vivimos en una burbuja. En la burbuja que nos creamos alrededor de nosotros. Si los míos y yo estamos bien, todo va bien. Todo funciona. Pero no es así. En el mundo hay mucha más gente que la que podemos ver con la perspectiva que nos da mirar hacia nuestro ombligo. Pero, meterse en la piel del otro, a veces, es muy duro.

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